EJÉRCITOS SANITARIOS


Entre otros actores y acontecimientos, nuestra historia está protagonizada por los ejércitos militares, que todavía siguen teniendo una importancia y peso enormes en la actualidad. Esto corresponde al comportamiento ancestral de nuestra especie de tener enemigos, sobre todo y paradójicamente entre nosotros mismos. Lo que, entre otras consecuencias y la mayoría de carácter negativo, ha dado lugar a que las guerras hayan sido y sigan siendo una parte de nuestra existencia a la que hemos dedicado más recursos, tanto económicos como -por desgracia- humanos. De hecho y entre otras ciencias, la Antropología, la Sociobiología y la Psicología ofrecen múltiples estudios y conclusiones sobre nuestro acervo bélico y -junto con la Historia- del continuo enfrentamiento entre familias, grupos, tribus, clanes, pueblos, estados y naciones; así como de nuestra catastrófica tendencia a defender lo que se considera propio, ya sea desde una pareja a un territorio, pasando por ideologías o creencias. Mientras que, desde hace un tiempo reciente, también se observa cierta reconversión más civilizada de este instinto hacia los enfrentamientos deportivos y otras formas menos luctuosas, como los “ataques” informáticos.

Todo lo cual nos da una idea de este rasgo y comporta-miento atávicos, así como a qué hemos dedicado gran parte de nuestra actividad, energía, tiempo, recursos, esfuerzos, vidas, etc. Pero la Covid-19 puede suponer un punto de inflexión en este característico y primitivo comportamiento bélico humano. Este coronavirus, como otros patógenos, no sabe de territorios, fronteras, nacionalismos, etnias, clases sociales, creencias, valores, ideologías y demás creaciones culturales nuestras que han servido -en demasiadas ocasiones- para establecer diferencias, luchas y demás actos pendencieros y violentos. Por lo que, la global afectación humana de la pandemia está haciendo ver a muchos lo que desde hace tiempo viene diciendo la ciencia sobre nuestra comunidad -común unidad- biológica (cuerpo), sociocultural (identidad) y energética (espíritu).

Aunque se pueda leer y escuchar a reconocidas personas hablar de “guerra” contra el coronavirus, es decir, aunque seguimos enfocando aquello que no va con nosotros en términos bélicos; quizá y sin embargo, puede que -por fin- hayamos dado “un paso adelante”, debido a que toda la humanidad tenga en estos momentos un “enemigo” común. En concreto, me refiero a que ahora los “ejércitos” al frente, en primera línea, los que nos “defienden” y a los que recurrimos desesperadamente no son los de uniforme, casco y fusil sino los de batas, mascarillas y respiradores; es decir, se trata de otro “cuerpo” distinto pero también “de élite”, el sanitario. Con esta crisis, todo el mundo querría que el “ejército” de profesionales de la salud fuese de lo más abundante y avanzado posible. Supongo que también muchos preferirían tener más médicos y enfermeros que oficiales y soldados, así como más “ucis” que cañones o más recursos dedicados a la sanidad que a la denominada “defensa nacional” (o, incluso y a escala individual, también a la conocida como “defensa personal”).

Precisamente, quizás una de las “lecciones” que se pueden extraer de la situación vivida a raíz del coronavirus es la de nuestro concepto equivocado de “defensa” (también del de “necesidad”), pues no hace falta más que recordar que su objetivo principal y más frecuente (tanto en lo relativo al ámbito social como individual) ha estado y aún está dirigido -sobre todo- a “defendernos de nosotros mismos”; lo cual indica el grado de estupidez que todavía padece nuestra especie, que espero sea una cuestión de nuestra relativa y comparativamente temprana edad geológica en el proceso evolutivo.

Ahora supongo que muchos serán conscientes, se darán cuenta y convencerán de que tenemos que defendernos (y necesitamos) de otras cosas más “reales” y, por tanto, sin tener que “crear” nada para matarnos entre nosotros. Así, quizás empecemos a ver y a comprender que ningún otro ejército es tan fundamental como el de la Salud. Lo cual pienso y deseo que inaugure una nueva etapa en la que, además de dotar convenientemente de recursos económicos y humanos a esta faceta tan importante para nuestra existencia, nos convenzamos -de una vez por todas- de que los “ejércitos” realmente necesarios son los de los llamados “servicios sociales”, así como los de la investigación y del conocimiento. También sabemos de otras “pandemias” en relación al hambre, a los desplazados/refugiados, a la nutrición insana, al envejecimiento poblacional y consiguiente falta de atención a la gente mayor, etc.; por no hablar del cambio climático, extinciones, cultivos y ganadería intensivas y demás hechos incorrectos de nuestra especie, a la que momentáneamente un microorganismo le “ha parado los pies”, en su carrera descontrolada de explotación planetaria.

No hace falta comparar los costes militares para darnos cuenta de lo equivocados que estábamos a este respecto, ni tampoco mentar que países considerados líderes mundiales todavía basan sus economías y “modus operandi” en la industria armamentística, ni referenciar que otros como Islandia o Costa Rica sigan sin tener ejército y “tan ricamente”, ni señalar que los partidarios de las políticas armamentísticas también suelen coincidir con quienes más han “atacado” a la sanidad y demás servicios sociales y que ahora tienen que echar mano de los mismos, tanto política como personalmente. Todo lo cual también apunta a la “lucha” entre las políticas públicas y la desregulación (Keynes versus Hayek), tal y como ya expuse en su día en mi artículo “La falacia del libre mercado” (2017).

Como suele ocurrir en estos casos, supongo que ahora esos mismos detractores del llamado “Estado de Bienestar” y apologistas de la privatización/especulación de todo (hasta del agua, como ya ha ocurrido en Inglaterra, Australia o Chile), querrán ocultarlo y pasar a ser “los que más ….” se les llene la boca con la sanidad, aunque posiblemente sin perder de vista por dónde pueden “hincarle el diente”. Estas contradicciones ya las hemos vivido en otras situaciones y también las estamos viendo ahora, como que un enfermero portugués haya sido el protagonista del cuidado de Boris Jonhson o que Donald Trump “abra la muralla” para que entre mano de obra en los campos o en los servicios sanitarios. Algo que caracteriza a una parte de nuestra especie, seguramente la que tampoco ha sabido o querido dar a la ciencia el protagonismo frente a las armas u otros intereses espurios.

Parece que muchas veces, quizás demasiadas, aprendemos no por “motu proprio” sino “a base de palos”, como consecuencia del también característico comportamiento de aferrarnos a “verdades”, creencias, ideologías, valores y demás aspectos de nuestras vidas que damos por absolutos. Hasta que, como en este caso, algo tan minúsculo como un virus nos muestra que no es así, que estábamos equivocados y “errando el tiro”, más bien nuestro sentido y orientación existenciales, tal y como ya había publicado.