¿HABRÁ MILAGRO MARADONA?


Respetando el ámbito humano y fijándonos en su dimensión sociocultural, la inesperada muerte de Diego Armando refiere a los típicos fenómenos en que se suelen basar desde creencias a mitos o incluso religiones. Es lo que llevamos haciendo desde hace miles de años y la cuestión es (re)conocerlos, para ser conscientes de cómo operan, tanto a nivel individual como colectivo.

Como ha dicho Iker Jiménez en la locución habitual al finalizar su programa Cuarto Milenio, el número 634 de la Temporada 15, quizás Maradona sea uno de los últimos mitos de nuestra era, tal y como lo han sido el Che Guevara, Marilyn Monroe, Elvis Presley y otros tantos, con sus respectivos “lados oscuros” a nivel personal, pero mitos al fin y al cabo. Además del aspecto futbolístico de esa afirmación y del efecto que ha tenido en tanta gente el “astro” argentino, ya había otras pruebas más evidentes y en vida de esa mitificación, como la llamada “Iglesia maradoniana”, con medio millón de seguidores de todo el mundo en el año 2015, que cuenta con su propia biblia (“Yo soy el Diego de la gente”) y rezo (“Diego nuestro”), habiendo incluso parejas que se han casado bajo los rituales de la misma, así como alusiones directas a “la mano de Dios”, en el famoso gol a la selección inglesa, o al propio brazo de Dios pintado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, pero con la camiseta del 10 de la selección argentina.

Entre otros prestigiosos científicos, Richard Dawkins, etólogo y biólogo evolutivo conocido sobre todo por su obra El gen egoísta, ha analizado nuestra predisposición natural a crear y utilizar estos recursos. También cómo se transmiten, aprovechando que al principio de nuestras vidas asimilamos ciega y fervientemente las creencias que nos inculcan nuestros padres u otros prescriptores que tengamos en consideración. Personalmente, eso se puede comprobar fácilmente en el fenómeno de los Reyes Magos o Papá Noel, una demostración evidente de cómo operan las creencias y, también, de lo difícil que resultan desactivarlas, tal y como pasa e indica el trauma de todo niño cuando se entera de que no existen esos dadivosos personajes. Más trágicamente, también son creencias así adquiridas las que pueden llegar a operar profundamente en jóvenes con apenas 20 años, como en el caso de los autores de los atentados de 2017 en Cataluña, también de quien recientemente ha degollado a un profesor en Francia o de los que se unen al autoproclamado Estado Islámico.

Pasando a una escala mayor que la individual y en cuanto al espectro de edades, tenemos el caso analizado por David Attenborough, famoso divulgador naturalista, sobre el culto a “John Frum” en la isla de Tanna, en el archipiélago Vanuatu (Nuevas Hébridas en el periodo colonial). Sin que todavía se sepa si tal personaje existió o no, posiblemente el fenómeno se base en algún marinero que llegó allí y prometió volver con regalos, siendo tomado por estos isleños como un “ser supremo”, posiblemente debido a su indumentaria (botones dorados), aspecto (piel blanca) y demás referencias extrañas o novedosas para los nativos. Con el paso del tiempo, tras varias generaciones y las correspondientes transmisiones orales sobre tal visitante, su figura y recuerdo se fueron mitificando y convirtiendo en objeto de adoración, rituales y creencias. Mostrando así lo que se puede considerar un claro ejemplo antropológico de cómo creamos estas referencias socioculturales.

Todavía a mayor escala tenemos las grandes religiones, que básicamente responden al mismo esquema o proceso de mitificación. Por ejemplo, tal como expone Richard Turnas en su famosa obra La pasión de la mente occidental, si un romano-griego como Pablo no hubiese tenido su epifanía, como tantas otras que se pueden contar (por ejemplo la de Agustín de Hipona), el cristianismo seguramente no hubiese salido del ámbito judío en el que se produjo, ni destacado sobre el resto de historias similares que ya había sobre mesías, resurrecciones, concepciones inmaculadas y demás efectos mágicos o milagrosos. Además, también se dio la circunstancia de que así pudo llegar a convertirse en la religión única del Imperio Romano, el año 380 y tras el Concilio de Nicea, por el decreto del emperador Teodosio, lo que definitivamente catapultó a esta religión a los niveles socioculturales conocidos.

Otro ejemplo de este proceso por el que conformamos las creencias, desde el animismo primigenio hasta las religiones actuales, es el del budismo, en cuyo origen no había deidades y respondía a una búsqueda personal del desarrollo espiritual, pero que con el tiempo y la mitificación ha terminado convirtiéndose en lo que viene siendo y suponiendo desde hace siglos.

Con todo el respeto hacia estos fenómenos sociológicos, espero que, efectivamente, Maradona sea uno de los últimos mitos, ya que no estamos para más creencias de este tipo. Ese tiempo de nuestra edad como especie ya ha pasado, tal y como expongo en mis ensayos, y no podemos seguir basando nuestra existencia en referencias de esta índole. A ver si, también como vengo reclamando, el conocimiento científico aborda de una vez nuestra dimensión más intangible o espiritual.

Aunque como mostraba otro divulgador científico en su programa El cazador de cerebros, Pere Estunpinyà, por lo de ahora -y puede que precisamente debido a nuestra todavía etapa existencial infantil- la lógica y la razón no funcionan tanto como la pasión, el odio y otros factores emocionales, por ejemplo a la hora de considerar lo que se vota, se cree o se idealiza. Algo a lo que también alude David Trueba, en su artículo “Dientes, dientes” -en El País del 8 de diciembre-, con el “Factor R” de rabia, refiriéndose así a que se elige no tanto por las acciones eficientes o una buena gestión, sino más en base al daño que se infringe al contrario. Como en el fútbol, parece que en política también se trata más de marcar goles al rival que de atender adecuadamente al interés común, lo que se puede considerar como una manifestación más de nuestra etapa evolutiva infantil como especie. Del mismo modo que otra prueba de ello pueda ser si va a producirse o no algún milagro atribuido a Maradona.