¿GENERACIÓN “Q”?


Haciendo otro ejercicio de posible prospección sobre nuestra existencia, pero en esta caso en relación al sector de nuestra especie más joven, quiero referirme o dejar planteado algo que ha surgido hablando con mi pareja sobre cómo le afectaría el confinamiento a nuestro hijo. Las últimas generaciones han tenido denominaciones como, “Baby Boomers” (tras la II Guerra Mundial), “Generación X” (años 60, tras el “baby boom”), “Y” o “Millennials” (de final del milenio) o “Z” (posmi-lénica); por lo que quizás se pueda empezar a hablar de “Generación Q”, correspondiendo la letra con “Quién” o “Qué” (en inglés sería “Generation W”, de Who o What), refiriéndome a la posible y característica falta de desarrollo personal que puedan padecer debido al confinamiento. Aunque todavía es temprano para saberlo, quizás la crisis del coronavirus esté provocando una huella en la socialización de toda una generación o, incluso, en un tramo de edad bastante amplio, que va desde los más jóvenes, en torno a los seis años, a los veinteañeros.

Hasta ahora los estudios de demografía solían señalar el impacto o “huellas” de las guerras -sobre todo entre la población masculina- o de otras pandemias; generalmente mediante los conocidos “dientes de sierra” en las pirámides poblacionales. También hay estudios sobre la incidencia de otras circunstancias, como por ejemplo en el caso del denominado Hongerwinter (“invierno de hambre”, entre 1944-45, tras el castigo de Hitler a los Países Bajos) o “Estudio de la Hambruna Holandesa”, en el que se comprobó que las mujeres embarazadas afectadas tuvieron hijos más propensos a contraer diabetes, obesidad, enfermedades cardiovasculares y otros problemas de salud; determinándose también que esos efectos persistieron en la generación siguiente. En la crisis del Covid-19 la población joven ha sido la menos afectada en términos estadísticos de casos, tanto de contagios como de mortandad. Pero quizás sea una de la más afectadas desde el punto de vista psico y sociológico, ya que les ha pillado en pleno proceso de formación, de construcción de su identidad y forma de relacionarse, de definición de su nicho psicosocial, etc.

Aunque en muchos hogares hubiese medios para suplir el aislamiento, desde juegos o libros al típico televisor, incluso ordenador, internet o las videoconsolas conectadas con amigos; sin embargo, puede que el confinamiento se note en el desarrollo de estos adolescentes debido a la falta de interacción directa con sus amistades, lo que se conoce como la relación, socialización o educación entre pares. Esto no se suple, por mucha tecnología o virtualidad de la que se disponga; máxime en las edades donde el desarrollo y/o contacto físico está en pleno proceso y/o “ebullición”. Tampoco los padres u otros familiares podemos suplir a este tipo de agentes y/o actores del crecimiento y la socialización, por mucho que interactuemos y seamos “amigos” de nuestros hijos. La relación entre pares es insustituible y la cuestión es saber y llegar a determinar en qué medida y consecuencias puede llegar a tener el hecho de que sus efectos y funciones se hayan visto interrumpidos con esta crisis.

También está la posible marca o huella que pueda dejar en las relaciones futuras de estas generaciones, desde guardar las distancias a la tendencia ineludible hacia el teletrabajo. Asimismo, su educación y relaciones sexuales pueden verse bastante alteradas y/o afectadas, cuando precisamente tienen todo por hacer. Posiblemente el periodo de confinamiento no sea lo suficientemente prolongado como para que llegue a afectar y pueda hablarse de “Generación Q”, aunque ya se sabe de consecuencias en el incremento del peso medio de estos jóvenes. También tenemos otros ejemplos que, aunque las circunstancias no sean comparables, ya han vivido o experimentado antes algo similar, sin que hasta ahora haya sido causa de nada (al menos que se sepa); como familias que viven en barcos o de otras formas itinerantes o en zonas aisladas, sin mucho lugar a este tipo de relaciones en el caso de sus hijos.

Incluso se podría comparar este confinamiento con una convalecencia prolongada; aunque en ninguno de estos o casos parecidos hayamos asistido nunca a un parón de una masa tan ingente de estos individuos y al mismo tiempo. No sé cómo será y si ni tan siquiera vamos a tener que referirnos más adelante a tal posible efecto, ojalá que no. Simplemente lo dejo apuntado como colofón de lo que aquí he expuesto en relación o debido a la crisis experimentada por nuestra especie; sobre la que quiero insistir que no es solo sanitaria (vuelvo a coincidir casualmente con Harari) sino también existencial, tanto para jóvenes como adultos o mayores, seamos de donde seamos y tengamos la forma de pensar que tengamos.

Ni con este ni con los anteriores artículos pretendo pintar un panorama negro ni ser pesimista. Muy al contrario, suelo pecar de optimista. El ánimo que me ha movido al escribir esto para su divulgación es el de intentar arrojar luz sobre los posibles escenarios y/o implicaciones que se puedan derivar del periodo que estamos viviendo. Llamando la atención sobre el momento o etapa especial de transición evolutiva en que ha sucedido todo esto; así como por el erróneo y perjudicial modo -a base de miedo y retracción- con el que hemos reaccionado otras veces ante las crisis. En cualquier caso, intento orientar lo mejor que sé y puedo sobre nuestra vida y existencia, tanto a nivel individual como de especie y en conjunción con nuestro entorno.