NUEVO (DES)ORDEN MUNDIAL


¿Orden o desorden?, esa es la cuestión. Parafraseando la famosa cita de Shakespeare, lo cierto es que tras la crisis puede que haya un “cara o cruz” existencial; máxime si, como mantengo, estamos en plena transición de era como especie. La cara es la que he apuntado en mi Guía existencial (2019) y que se ve ahora corroborada y refrendada de modo empírico e irrefutable: que asumamos cuanto antes la igualdad, la colaboración honesta y la innovación. La cruz es volver a “tropezar en la misma piedra”, repetir errores históricos y volver a responder como en otras crisis anteriores: desconfiando, echando la culpa al otro, encerrándonos socialmente y dejando expandirse el odio y que este actúe.

Sobre la primera de las premisas de mi guía, estamos comprobando que el virus no sabe de diferencias entre noso-tros, ni de fronteras, etnias, etc. La igualdad biológica, sociocultural y espiritual, que la ciencia viene demostrando una y otra vez, a raíz de esta crisis también es reconocida y aludida por muchas voces famosas, como la del propio Bill Gates en su artículo “Una estrategia mundial contra la Covid-19”. Con lo que, en definitiva, sería estúpido y suicida no asumirlo, negarlo o ignorarlo.

En cuanto a la segunda clave existencial que he señalado en mi tratado sobre nuestra especie, quizá sea la que más nos cuesta y a la que estamos menos acostumbrados: a colaborar sin engaños, trampas o ventajas espurias. Aunque también está más que científicamente demostrada (desde la biogenética, la sociobiología, la economía, las matemáticas, la teoría del juego, etc.), sin embargo nuestro panorama global se ha venido caracterizando por todo lo contrario: la desconfianza, el engaño, la mentira, las estrategias, etc. Por lo que va siendo hora de que lo asumamos mayoritariamente y que, sobre todo, los dirigentes sean por fin honestos y no digan que quieren lo mejor pero con las “cartas marcadas”. Davos, el G20, la ONU y otros foros y organismos deberían dar ejemplo en colaborar honestamente y/o sin trampas. Y si hay temas o asuntos en los que todavía haya reservas, temores, reticencias o cualquier otro factor que no suponga un verdadero “juego limpio” pues que no se incluyan, pero unos cuantos como la salud humana, la del planeta o la condición de igualdad antes aludida deberían tratarse en base a esta segunda condición o ley existencial de la vida y la evolución, la colaboración honesta, aplicándola así a nuestra especie.

Por lo que respecta al tercer principio que he podido discernir y reunir en mi guía, pienso que con lo que está pasan-do no se precisa más demostración de que la innovación resulta también vital y existencialmente crucial; máxime teniendo en cuenta nuestra esencia y característica fundamental e identifi-cativa como especie, nuestra capacidad de ideación, tal y como también he expuesto en el primer libro de mi tratado, Animal de realidades (2019). Ahora nuestra esperanza, esfuerzos, intereses y atención colectiva se están centrando en la consecución de una vacuna que nos inmunice contra el coronavirus. Es decir, en este caso precisamos innovar en aquello que protege o defiende a nuestro organismo, lo que no es solo algo puntual, específico o concreto sino que, tal y como ha demostrado la ciencia, la innovación también es otra máxima que se puede extraer del proceso evolutivo.

Esta puede ser la cara del “ser o no ser” de nuestra especie como consecuencia de lo que está ocurriendo. No hablo de utopías ni de nada no realizable o “nuevo bajo el sol”. Además de respuestas sencillas, factibles y válidas, científicamente demostradas y comprobadas empíricamente, nada más ni nada menos que a través de los millones de años con los que cuenta la evolución, resulta que también son posibles respuestas a corto plazo y factibles de aplicar inmediatamente. Como en todo lo que nos pasa, ello dependerá de querer y la voluntad de llevarlas a cabo. Pero si el aquí y el ahora son importantes, también lo es tener una perspectiva adecuada y más amplia, un análisis diacrónico y no solo sincrónico. Me refiero al proceso o cambio de era evolutiva en la que estamos. Así como otros autores también dicen que se trata del paso de la adolescencia a la madurez, en mi caso veo más síntomas de que estamos al final de nuestra etapa infantil (sobre todo por lo egocéntrico y destructor de nuestro característico comportamiento colectivo) y que transitamos hacia la adolescencia como especie.

Una etapa que, en el terreno personal, suele ser considerada como un “totum revolutum” pues, por un lado, no hay nada más valorado y bello que la juventud, también con todo su potencial en ciernes pero, por otro lado, asimismo están las revoluciones de todo tipo que suelen producirse en la misma, desde las corporales o biológicas a las sociológicas, como por ejemplo en las relaciones sociales, así como también en la forma de pensar, la temeridad o atrevimiento, el aumento de las posibilidades de conflicto y de depresión o nuevos temores, etc. A escala personal, suele ser una etapa difícil de controlar y donde las represiones y autoritarismos chocan de frente. También de adquisición de identidad y de personalidad, de aventura e interés por conocer; así como de ir asumiendo responsabilidades, tanto por lo que respecta a nosotros mismos como por el entorno. Todo lo cual pienso que puede aplicarse a escala social o a nuestra especie en conjunto.

Asimismo, los espacios tanto físicos como psíquicos delimitados en nuestra etapa infante, al crecer suelen quedarse pequeños o cortos, abriéndose en cambio nuevos horizontes. Lo que también coincide con el escenario sociocultural en el que hemos estado viviendo hasta ahora. Así y por ejemplo, ya desde el espacio y ahora desde la tierra, hemos visto que las fronteras territoriales existen sobre todo para ciertos sectores etnocéntricos y/o xenófobos, caracterizados por echar la culpa al otro, experimentar e infundir miedo o temor y así justificar y procurar que nos encerremos en vez de abrirnos, tanto física como mentalmente. Esta crisis puede servir para evidenciar la falacia de esos planteamientos y así descartarlos o, por el contrario, para que las falsedades, el emponzoñamiento y demás tácticas goebbelianas sigan teniendo su éxito, aunque sea a costa de lo que ya por desgracia conocemos.

De hecho, los populismos y el renacimiento de los extremismos a los que asistimos recientemente (Trump, Putin, Bolsonaro, Johnson, Orbán, Le Pen, etc.) se deben en gran parte a la pasada crisis del 2008, como también ponen de manifiesto múltiples análisis y expertos a este respecto; mientras que ya se observan síntomas en este mismo sentido en esta nueva crisis. Desde los maniqueos, absurdos e insultantes ataques, faltos de toda ética o moral, en medios y redes sociales, hasta los planteamientos revenidos de “norte-sur”, incluso en la propia Unión Europea, o los de la estrategia geopolítica, por ejemplo a través de la ayuda, la industria sanitaria, los recursos energéticos, etc. Esto es más de lo mismo, repetir la (mala) historia, volver a los viejos y caducos esquemas, caer otra vez en los crasos errores, etc. Deberían ser solo (malas) prácticas del pasa-do, pero sobre todo depende de la apertura de miras de quienes ahora están al frente del timón colectivo o, por el contrario, de cuánto no están por la labor y, por consiguiente, cuál sigue siendo el poder del engaño.